Tiger Woods había puesto una gran ilusión en este torneo, en el que hizo historia completando el Grand Slam y que ha ganado en tres ocasiones. Durante la mayor parte de su rehabilitación tras el espantoso accidente automovilístico que sufrió, solo esperaba poder caminar de nuevo, tener una vida normal. Pero he aquí que el pasado mes de abril disputó el Masters tan solo seis semanas después de comenzar a soportar su peso en su pierna más lesionada, con un comienzo ilusionante de 71 golpes. Luego se retiró del PGA y decidió no jugar en el Abierto de Estados Unidos, pero su mente ya estaba enfocada en volver a St Andrews para jugar el Open Británico.

Su futuro, incierto, no puede controlarlo; pero sí el presente y Woods, a sus 46 años, no ha querido perder la ocasión de jugar el que podría ser su último Open en St. Andrews, campo en el que jugó su primer British y ganó su primera Jarra de Clarete.

“Mi cuerpo puede mejorar, pero siendo realistas, no mucho. Ha pasado por mucho, y a los 46 no te curas tan bien como a los 26”, reconoció recientemente el gran campeón, que ha llegado tan decidido como siempre a ganar, pero muy consciente de sus limitaciones.

Y estas limitaciones le han jugado una mala pasada, que le impedirá con total seguridad jugar durante el fin de semana, después de una primera vuelta de 78 golpes que comenzó con malos augurios: en el 1 firmó doble bogey tras caer en el regato de agua antes de green. Agregó dos bogeys (3 y 4) con fallos en el green y en el 7 se puso seis sobre par después de un nuevo doble bogey, esta vez tras visitar un bunker de calle a la izquierda. Recuperó dos golpes con sendos birdies en el 9 y 10, pero nuevamente tres putts en el 11 y 13 le devolvieron al +6. Aprovechó el único par 5 de la segunda mitad, el 14, pero en el 16 se fue al rough de la izquierda, se voleó el green y sumó el quinto bogey del día.

Una lástima para el espectáculo, incluso para la épica de la historia, pero Tiger posiblemente el viernes se despida para siempre de St. Andrews.


Jesús Ruiz Golf