Un hierro 3 que le regaló su hermano Manuel se convirtió en el elemento esencial que fue puliendo la carrera de Severiano Ballesteros: con la cara del palo más abierta o más cerrada, con el arco del swing más o menos amplio, probando de muy diferentes maneras, el hierro 3 hacía las veces de cualquier palo de una bolsa que Severiano soñaba pero todavía no podía tener.
Pero todo eso eran metas muy cercanas a conseguir, porque la ilusión y la constancia, la apasionada capacidad de sacrificio de que ha hecho gala Severiano a lo largo de su carrera era suficiente apoyo para que su juego se fuese puliendo en la arena de la playa y en el campo de golf tan cercano a su casa, ese Pedreña que marcaba unas pautas demasiado rígidas a su infante entender y que, años después, se rindió a los pies del campeón que “puso en el mapa mundial” al campo y al pequeño pueblo cántabro.
En marzo de 1974 obtuvo la licencia profesional, sin cumplir todavía los 17 años, y dijo un precipitado adiós a los libros (“hoy en día me arrepiento enormemente de no haber estudiado más en aquellos años”, reconocería tiempo después), para enfrascarse en una carrera profesional en la que primero creyó firmemente su hermano Manuel, quien se convertiría en improvisado portavoz en la búsqueda de las ayudas precisas, cuando en casa las cosas no faltaban pero tampoco sobraban. Al respecto hay que recordar que Severiano, antes de sacarse la licencia profesional, fue a pedir trabajo en una empresa de Santander y se lo negaron porque no tenía edad suficiente.
El caso es que Manuel consiguió que el doctor César Campuzano apoyara económicamente el comienzo profesional del joven Severiano y lo demás fue rápido, casi pareciendo sencillo, ante la enorme calidad del campeón. Antes de seguir conviene hacer un paréntesis porque no deja de ser merecedora de elogio la actitud de Manuel Ballesteros, quien siempre apostó por lograr ayudas para su hermano menor y eso que él también competía y con posibilidades de mayor éxito del que obtuvo. Pero siempre prefirió poner en primer lugar de sus prioridades guardar las espaldas de Seve y después su propia carrera deportiva.
Severiano, miembro de una familia de deportistas (su padre fue campeón de traineras y sus hermanos Baldomero, Manuel y Vicente son profesionales de golf), tardó poco tiempo en confirmar las expectativas creadas a su alrededor, finalizando el 26 en la clasificación europea anual en 1975.

Severiano Ballesteros, José María Olazábal y Miguel Angel Jiménez, en una vuelta de entrenamiento en Augusta National.
Hacía birdies como nadie y sólo su inexperiencia le hacía cometer de vez en cuando disparates que le costaban demasiado caros. Con todo, pronto se convirtió en uno de los jugadores favoritos del público, que le acogió como el nuevo Arnold Palmer del golf (algo parecido a lo sucedido después con Tiger Woods), por su magnetismo, por su capacidad para llegar al aficionado, que nunca salía defraudado tras una vuelta siguiéndole. Seve siempre ha hecho gala de una enorme plasticidad, con potentes salidas, con recuperaciones de posiciones imposibles para los demás, con habilidad para leer los greenes, con agresividad en los golpes de acercamiento y jugando siempre con un riesgo que se admiraba por su vistosidad.
Los éxitos llegaron pronto, aunque aquellas primeras victorias suyas casi se pierdan en la memoria de los aficionados ante la grandiosidad de las conseguidas más tarde. Pero el primer Sub-25 que ganó el mismo año de su estreno profesional, en su Pedreña natal, nunca se borrará entre los recuerdos favoritos de Severiano. Pero, también es cierto, aquello era poco para quien tenía la ambición de ser el mejor jugador del mundo…
Su primer contacto con su “estado natural” entre los campeones llegó dos años después, en 1976, cuando dominó las tres primeras jornadas del Open Británico en Royal Birkdale, antes de caer en la cuarta ante un Johnny Miller que estaba, en aquellos años, entre los mejores del mundo (fue número 1 del Circuito Americano en 1974 y segundo en 1975). Pero la mejor imagen que puede quedar de aquél joven Ballesteros, descarado aspirante a disputar la gloria de los asentados en el trono del golf mundial, fue el comprobar su poder de reacción al acabar los últimos seis hoyos en cinco bajo par para igualar en el segundo puesto con el mejor jugador del siglo XX, con Jack Nicklaus.

Carteles de Severiano Ballesteros en el Open Británico, en Royal St George’s.
Allí se ganó la admiración de todos, el cariño de los británicos que cautivados por su sonrisa le adoptaron como propio con una pequeña adaptación de su nombre (“Sevvy”, que decir Severiano Ballesteros era demasiado complicado de pronunciar) y se acabó definitivamente su aprendizaje como aspirante al trono mundial. A partir de este momento, el triunfo sería su aliado…
Efectivamente, no hubo que esperar mucho para que Severiano estrenara su palmarés de victorias internacionales: tres torneos después subía a lo más alto del podio, en Holanda, para festejar su primera victoria en el Circuito Europeo, después de tan sólo dos años de carrera profesional y cinco posiciones ya entre los cinco primeros, en los abiertos de Italia, Británico, Portugal, Escandinavia y Suiza.
Volvería a dar muestras de fortaleza mental, confianza y seguridad en la Copa del Mundo, que ganó junto a Manuel Piñero, que adquirió especial relieve por formar la pareja más joven y conseguir la victoria en suelo estadounidense, precisamente en casa de los grandes dominadores del historial de la prueba. Años atrás la Copa del Mundo había prendido en España por las gestas de los hermanos Angel y Sebastián Miguel y de Ramón Sota y semejante circunstancia hizo que este éxito de Severiano y Piñero fuese de los más celebrados en nuestro país.
Ese año de 1976 fue el primero en que terminó comandando el Orden de Mérito Europeo, título que ha logrado seis veces, antes incluso de llegar al comienzo de su década prodigiosa.
Posiblemente sea 1978 el año de su carrera en que mejor jugado ha desarrollado Severiano Ballesteros y el inicio de esos diez años mágicos en los que los grandes triunfos engalanaron su palmarés. Esa misma temporada debutó como ganador en Estados Unidos, conquistando el Greensboro, y aumentó su aureola de estrella internacional volviendo a ganar en Japón. Era la antesala de sus mayores logros, los que le han reservado un lugar en el Salón de la Fama, en el que figuran los más grandes jugadores de todos los tiempos.
En 1979 estrenaría su palmarés en torneos del “Grand Slam” conquistando el Open Británico, el torneo que le catapultó a nivel internacional tres años antes. Seve se convirtió en el jugador más joven que lograba el título en el siglo XX y sólo podía esbozar una irónica sonrisa cuando le llegaban exigencias de Estados Unidos demandándole una reválida en su Circuito, donde estaban compitiendo los mejores. Pero el español se sentía un jugador “internacional” y, como precursor de las líneas del golf internacional actual, no se mostraba interesado en asentarse en aquel Circuito, para el que intentó clasificarse en 1975 sin éxito. Ahora le ofrecían la tarjeta USA, pero él se encontraba más cómodo jugando (y ganando) en los cinco continentes. Por si esto fuese poco, meses después, en abril de 1980, Severiano aprovechaba una de sus escasas apariciones en terreno americano para conquistar su primera chaqueta verde como ganador del Masters. Los comentarios ya no pudieron sustraerse a la grandeza deportiva de Severiano, porque si, según se dice, un título puede ganarlo “cualquiera”, y sólo los campeones pueden repetir, el español había acallado cualquier tipo de duda, creada desde Estados Unidos, donde no podían entender que hubiese una estrella mundial que no aceptase sus condiciones para jugar allí.
En el momento culminante de su carrera, Severiano totalizó cinco “grandes” entre 1979 y 1988, dejándose en el camino algunas otras victorias que parecían suyas y su esfumaron inesperadamente. Nada menos que cincuenta victorias individuales llegó a cosechar Severiano en esos años, sobresaliendo las temporadas de 1978 y 1988 en las que logró ocho triunfos cada una.
A Severiano, como a todas las grandes figuras, se le convertía en noticia cuando ganaba y… cuando dejaba de ganar, pero fue quien más años consecutivos estuvo asociado al triunfo: diecinueve años ininterrumpidos logrando al menos una victoria y diecisiete en torneo internacionales.

Severiano Ballesteros con el trofeo del Open de España, su última gran victoria internacional.
Y tras el paréntesis de 1993, tuvo otros dos años más uniendo su nombre al del triunfo, etapa que abrió un paréntesis definitivo tras el Peugeot Open de España de 1995, aunque hay que añadirle su triunfo como capitán del equipo europeo en la Ryder Cup de 1997.
Sus últimos años de competición los vivió tratando de buscar la naturalidad de su juego, en la que basó el éxito de su carrera. Pero ya no volvieron sus mejores sensaciones, sumido como estaba en secuencias contradictorias que le fueron aportando en esos últimos tiempos los sucesivos maestros que le fueron aconsejando. Y su espalda, que tanta atención le exigió durante su trayectoria profesional, se hizo más protagonista para restarle fluidez a sus movimientos.
Pero la carrera deportiva que ha ofrecido Severiano Ballesteros no ha dejado indiferente a nadie y hay que reconocerle que ha logrado completar un historial muy difícil de repetir (tampoco en otras especialidades deportivas), lo que señala a Severiano Ballesteros como uno de los mejores deportistas de siempre.
Pero también en la enfermedad nos ha demostrado su espíritu guerrero, de luchador infatigable, soportando tratamientos con quimioterapia y radioterapia desde que en octubre de 2008 le descubrieran dos tumores, fatal coincidencia, como bolas de golf.

Severiano Ballesteros con S.A.R. Don Juan de Borbón en la inauguración de Novo Sancti Petri, su primer diseño en España.
Pero Ballesteros será recordado siempre por su magia como jugador en los campos de golf, maravillando con golpes que los demás jugadores no podían ni suponer; por su lucha por la popularización de este deporte en España, insistiendo en la necesidad de hacer campos públicos; y por su entrega para conseguir acercar el nivel del Circuito Europeo al del Americano, cuya distancia se ha convertido de enorme brecha favorable a los estadounidenses a la lucha de igual a igual actual. Y por la Ryder Cup, claro.
Hasta que Severiano Ballesteros y Antonio Garrido debutaron en el equipo europeo de la Ryder en 1979, convirtiéndose en los primeros europeos continentales en tener acceso al equipo, el historial marcaba 18 triunfos americanos, 3 británicos y un empate. Pues bien, desde la entrada de Seve y Antonio (luego se sumarían Rivero, Piñero, Cañizares, Olazábal, el alemán Langer, etc…), hasta la edición de 1997 que se jugó en España, en la primera ocasión que el trofeo se disputaba fuera de Gran Bretaña en el turno europeo, Europa ganó cuatro ediciones y Estados Unidos cinco, más un empate que significaba que Europa retuviese la copa. Seve jugó en ocho Ryder Cup y logró 20 puntos en 37 partidos y con Olazábal formó una pareja que rozó la perfección con 11 triunfos en 15 partidos de dobles.

Severiano Ballesteros recibiendo la chaqueta verde de Craig Stadler, tras proclamarse vencedor del Masters, en 1983.
Severiano, ganador en los cinco continentes, con 87 títulos internacionales, fue la inspiración que necesitaban los europeos para dejar de sentirse inferiores a los norteamericanos y así, tras su victoria en el Masters de Augusta en 1980 y 83 (primer europeo que lo conseguía), los del viejo continente ganaron ocho chaquetas verdes de las trece ediciones siguientes.
Severiano nos ha dejado físicamente, pero su genio seguirá siendo admirado, sus conquistas son más valoradas con el paso del tiempo (él puso la primera piedra del actual Circuito Mundial) y su incidencia en el golf actual seguirá siendo guía de inspiración para las estrellas presentes y futuras del golf internacional. Como dijo Olazábal, su gran amigo y complemento perfecto en la Ryder Cup, todos los homenajes que se le tributen no serán suficientes para compensar lo que ha hecho. Gracias, Seve.

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