Muchas veces nos quejamos del putt. “No meto una”, solemos decir con el desencanto pintado en el rostro y el eco de la angustia del “no recuerdo cuántos greenes he hecho a tres putts” reflejándose en nuestra voz. Pero nunca nos quejamos del hoyo, ese maldito buzón que no admite muchas veces una bola diminuta. ¿O es que ya no se acuerda de la corbata del 3, o de las cinco veces que la dejó colgando y se negó a entrar?

Convénzase: es el tamaño del hoyo, y no nuestra habilidad con el putt, el que nos mina la confianza en nuestras posibilidades, el que arruina el buen resultado que estábamos a punto de conseguir. Y, naturalmente, estoy seguro, el tamaño del hoyo es el causante de que muchos jugadores hayan terminado arrinconando sus palos, hartos de soportar desilusiones.

Por eso creo que aumentar el diámetro del hoyo en esos 22 milímetros que le faltan para llegar a los 13 centímetros propuestos (la medida reglamentaria es de 10,8 ctms) sería algo grandioso para los jugadores y dejémonos de supersticiones malintencionadas. Todos volveríamos a recobrar la confianza y muchos desempolvarían sus palos con renovada ilusión, sabedores de que, ahora sí, lograrían rebajar muchos golpes en su tarjeta.

Analizando seriamente los habituales disgustos de los jugadores me convencí de que el origen de esta desazón estaba en esos malditos 10,8 centímetros de diámetro del hoyo. ¿Por qué esa extraña medida, que es rara hasta en su equivalencia en inglés, con 4 ¼ pulgadas), cuando es más fácil hablar de unidades enteras? ¿No lo hemos hecho así, redondeando con los céntimos de euro? Está claro que a nadie le molesta fallar un putt de siete metros, pero sí se enfadará si la deja colgando. Lo mismo que si le pasa lamiendo el hoyo y no acaba por entrar. ¿Ve la ventaja de esos 22 milímetros? Todos esos golpes habrían acabado en el hoyo y se habría ahorrado la última neura, incluso, a lo mejor, hasta la cena que le tocó pagar. Con ese pequeño aumento de diámetro la seguridad sobre el green será notable, convencido de no fallar, y dejará de temblar cada vez que tenga el putt en la mano.

Me da la impresión de que todavía no está convencido de las ventajas de la sugerencia que proponemos. Me parece adivinar en usted la duda porque pensará que agrandar el hoyo también significaría reducir la importancia del juego sobre el green. Pues no es así. El estremecimiento ante un putt de dos metros seguirá siendo el mismo (o mayor, por el tamaño del hoyo) y a una distancia superior el buen pateador seguirá teniendo ventaja sobre el regular.

Entonces, se preguntará, ¿por qué no agrandar el hoyo a 20 centímetros o hacerlo tan grande como una rueda de carro?. No, no exageremos. Un hoyo superior a 13 centímetros, precisamente por el valor de la superstición, nos quitaría la excusa de la mala suerte que nos ha ocasionado el número, eliminaría la importancia del putt en el juego y, seguramente, suprimiría los tres putts, pieza clave en nuestra desesperación para justificar una mala vuelta. Eso, además, restaría valor a nuestro arte de patear y nos igualaría con “esos que sólo pegan a la bola”. Claro que a los organismos que rigen nuestro deporte, tan tradicionales ellos, no les parecerá bien la idea y se empeñarán en no llevarla a cabo, argumentando que no serviría de nada, que las bolas seguirán quedándose cortas y que las corbatas nos repetirán su nudo. Pero no les hagamos caso y luchemos por el hoyo de 13 centímetros.


Jesús Ruiz Golf