Cuando se toma tierra en el aeropuerto de Arrecife, en la Isla de Lanzarote, la principal sensación que percibe el visitante es la del contraste. ¡Qué diferente es lo que la vista alcanza comparado con lo que la memoria guarda como recuerdo de otros lugares! Las moles de hormigón no existen y en su lugar el paisaje se torna en el blanco de las casas. El paisaje lunático es una sucesión indescriptible de rocas volcánicas, en la que los pasados ríos de lava asoman compaginando tonos rojos, grises y negros, como si una mano artista lo hubiese modelado a propósito. Todo en la Isla, la más oriental y soleada del archipiélago canario, muestra la naturaleza tal como quedó desde que de los años 1730 a 1736 vomitaran fuego las entrañas de la tierra y cubrieran de lava y cenizas las tres cuartas partes de los 752 kilómetros cuadrados de superficie que tiene Lanzarote.
Entre este panorama que impresiona primero, asombra siempre y se aprende querer en poco tiempo, se palpa la lucha del hombre por la vida, haciendo fructificar la tierra palmo a palmo con plantaciones de vides y otros productos que van cuidando con amor, haciéndolos vivir amoldados a las condiciones que impone el medio ambiente con la tradición más antigua de sus antepasados.
La pesca en sus azules aguas atlánticas y las enormes salinas que salpican todo el litoral, ponen otra nota pintoresca y viva en esta isla que el turismo empezó a descubrir a finales de los años 60.
A esta Isla, ejemplo de supervivencia, asistimos una amplia representación de medios de comunicación a la presentación del X Lanzarote Golf Tour, organizado por AESGOLF. Participamos en la I Copa de Medios by Grand Coste Teguise Playa y nos alojamos en el Hotel Grand Teguise Playa, donde nos colmaron de atenciones su director, Adolfo de la Rúa, y todo el personal del hotel, que nos mostraron su enorme profesionalidad y, también, un trato amable y cercano.
Las jornadas en la Isla las completaron diferentes visitas guiadas que nos facilitaron el Cabildo de Lanzarote, Turismo de Lanzarote, y el Ayuntamiento de Teguise, que hicieron inolvidable nuestro viaje. Nos adentramos en el mundo aparte que supone el Parque Nacional del Timanfaya, de paisaje crudo de innegable belleza, haciendo imposible retener los más de 300 cráteres que se abren en 100 volcanes, como bocas que recuerdan el cataclismo que padeció Lanzarote, que dejó sepultadas once poblaciones. Disfrutamos del ensueño que transformó César Manrique en los Jameos del Agua y Cuevas de los Verdes, grutas volcánicas con vegetación tropical, en la que se filtra el agua marina para alojar un pequeño cangrejo, albino y ciego, de antigüedad milenaria y único en el mundo. Vivimos la experiencia de La Geria, donde probamos algunos de sus vinos de malvasía volcánica, sacados del milagro de sus protegidos viñedos. Nos empapamos de parte de su cultura (¡ese timple que nos emociona todavía!) que forma parte de su atractivo turístico para los 3 millones de personas que llegan anualmente a Lanzarote, advertimos la mano del artista César Manrique en cada rincón y dejamos que el viento meciera nuestros sueños con multitud de deportes de viento y agua.
Pero no lo deseamos en el golf, aunque lo padecimos en los dos campos de la Isla. Costa Teguise, a falta de un lustro para su 50 aniversario, es la obra póstuma del famoso diseñador John Harris, con bunkers de picón (piedras volcánicas molidas) y un rough endiablado en el que es fácil perder la bola y difícil siempre para recuperar; y Lanzarote Golf, que inició su aventura hace 15 años con un trazado de otro diseñador de prestigio, Ron Kirby. Ubicado en uno de los núcleos más importantes de la Isla, cuenta con unas vistas impresionantes al Océano Atlántico, el paisaje volcánico de Lanzarote y a la isla de Fuerteventura.

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