Cuando Samuel A. Ryder ideó en 1927 esta competición con fines amistosos, para estrechar lazos entre británicos y americanos, poco imaginaba que se iba a convertir en una muestra de la supremacía del golf americano sobre el británico.

Las cinco primeras ediciones acabaron con victoria del equipo local pero, a partir de 1937, cuando los norteamericanos ganaron por primera vez en suelo inglés, en Southport, las victorias americanas se hicieron constantes y algunas con resultados escandalosos (11-1 en 1947): en 15 ediciones, de 1935 a 1971, Gran Bretaña sólo ganó en una ocasión, en 1957.

Era evidente que la competición carecía de interés ante este dominio aplastante de los norteamericanos, por lo que buscando fórmulas para que el torneo resultara más igualado y atractivo se incluyó a los irlandeses en la prueba, compitiendo USA contra Gran Bretaña/Irlanda desde 1973 aunque, lamentablemente, el resultado continuó siendo el mismo.

Curiosamente, en esa época, en 1976, surgió un carismático español (Severiano Ballesteros) que terminó segundo en el Open Británico empatado con Jack Nicklaus y acabó el año como número 1 europeo. Y fue el propio Nicklaus quien sugirió a los británicos que abrieran su equipo a los continentales, porque no era muy entendible que los británicos perdieran siempre la Ryder y no buscaran acomodo en su equipo al número 1 de Europa, por no ser británico.

La palabra de Nicklaus tiene peso en el golf mundial y acabó surtiendo efecto, dando entrada para la edición de 1979 a los jugadores continentales, formando un completo equipo europeo en el que, por primera vez, participaron dos jugadores no británicos: Severiano Ballesteros y Antonio Garrido.

De esta forma se daba inicio a la nueva dimensión de la Ryder Cup, cuando comenzó el verdadero éxito de la competición que se conoce en nuestros días.

En 1985, en la cuarta edición que el enfrentamiento era Estados Unidos-Europa, los representantes del Viejo Continente lograron una convincente victoria en el campo de The Belfry (16,5-11,5), con un tercio del equipo formado por españoles: Seve Ballesteros, Manuel Piñero, José Rivero y José María Cañizares, con el alemán Bernhard Langer, aumentando los no-británicos a casi medio equipo del capitán Tony Jacklin, aportando entre ellos 9,5 puntos.

Una vez cada 27 años no está mal y juegan en casa”, debieron pensar los americanos. Pero la tendencia había cambiado por completo por la influencia de los continentales, que reforzaron de tal manera el equipo que dieron la vuelta a las estadísticas previas. Así, se salvaron los peores momentos de la Ryder Cup, que estaba a punto de desaparecer a finales de los años 70, a causa del dominio norteamericano tan abrumador. Resultaba tan aburrido trámite la prueba, que las principales figuras americanas de la época consideraban poco práctico hacer un viaje tan largo para ganar algo de tan poco valor y preferían dar rienda suelta sus aficiones o, simplemente, pasar un fin de semana con la familia.

Pero desde la entrada en el equipo de los jugadores de la Europa continental, los americanos han dejado de marcharse de pesca o de caza ese fin de semana. Ahora no aparcan de su mente la posibilidad de ser protagonistas en la próxima cita, mientras los europeos se esfuerzan en ser fieles a las enseñanzas de Severiano (“Los americanos no son superiores a nosotros”) y demostrar la calidad de un golf que mira directamente a los ojos de los antiguos dominadores de la Ryder Cup.

Ballesteros se convirtió en el corazón de un grupo aguerrido, confiado y talentoso que creció al amparo de una generación fantástica (Faldo, Lyle, Woosnam, Montgomerie…) y ha sabido mantener el espíritu desde entonces, logrando en el periodo 1985 – 2021 (18 ediciones), once victorias y un empate. Ahora la Ryder Cup es una competición de éxito, con un ambiente de pasión, de deseos de revancha, que polariza la atención mundial del deporte durante su celebración.


Jesús Ruiz Golf